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viernes, 28 de septiembre de 2012

EL SANTUARIO DE CASTELLAR Y LA RELIGIÓN



Los santuarios ibéricos no son templos, como podría interpretarse literalmente. Más bien son un tipo de construcción semejante a los «tesauroi» griegos, cuya finalidad sería el almacenar durante un tiempo los exvotos que los fieles entregaban a los dioses.
Posiblemente en estos santuarios no habría un sacerdocio, con un orden establecido. Quizás para su cuidado estarían unas personas encargadas de su mantenimiento, como “sacristanes”, que mantendrían limpio el lugar y situarían los exvotos en los diferentes lugares destinados a ese fin, como las grietas de las cuevas. Los fieles realizarían sus peticiones ante los dioses directamente, sin intermediación de otras personas
Los santuarios ibéricos de Jaén, como el de Collado de los Jardines o Castellar de Santisteban, se localizan en cuevas, junto a corrientes de agua o fuentes y en parajes abruptos. La ubicación de un lugar sagrado no corresponde a la elección de donde se sitúe la ciudad, si no que va en función de que el entorno natural sea favorable principalmente a donde se manifieste lo sagrado.  El agua tiene un importante papel, al mismo tiempo eran curativas y mágicas. El que tres importantes santuarios íberos se ubiquen en entornos similares, en cuevas y junto a fuentes, es una reminiscencia de un periodo cultural anterior
El santuario de Castellar se data entre los siglos IV y III a.n.e.  Ubicado en la cabecera del valle donde se asienta Castulo,  en un territorio de gran importancia estratégica, conectado por el entorno y las cuencas hidráulicas con el santuario de Despeñaperros, fue uno de los grandes centros de culto íbero.
Se levanta sobre una cornisa rocosa, aprovechando cinco cuevas naturales, con unas hornacinas entre ellas. Una de estas cuevas era el recinto del santuario, propiamente dicho. Enfrente de esta cueva se situaba una explanada artificial, que podría haber sido lugar de reunión de los fieles y donde se resguardaban durante los ritos a sus divinidades, en las cuevas próximas. Era un espacio escalonado, conformado por varias explanadas o terrazas unidas por rampas o escaleras. La jerarquización quedaba remarcada de esta manera.
Entre la cueva principal y la explanada aparecieron la gran mayoría de los exvotos y figuritas de barro, junto a otros objetos muy diversos: clavos, falcatas, sortijas, escudos, etc. También algunas figuras de animales domésticos, caballos o carneros.  Los devotos más pobres ofrecerían diversas piezas si no podían pagar por que les realizaran un exvoto en bronce o en barro.    
En la religión íbera no había sacrificios ni ritos cruentos, si acaso alguna ofrenda de palomas. El exvoto era la propia ofrenda, la propia representación del devoto ante la divinidad. Ninguna figura representa a las deidades iberas. Para los iberos lo verdaderamente importante no era la figura del dios local, si no la función que tenía. Los exvotos están muy relacionados con esto, a veces se resaltan partes de la anatomía o representan miembros, lo que hace posible conocer cual era la función del dios al que se le dona la ofrenda.  Era una creencia de gran pragmatismo.
La religión sufrió influencia de otras regiones mediterráneas,  similares ritos y cultos, pero no influyeron las divinidades de los pueblos colonizadores, no se dieron casos de sincretismo en los santuarios, lo que demuestra un gran conservadurismo en sus creencias.

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