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viernes, 22 de octubre de 2010

CERÁMICA ÍBERA - LA ALFARERÍA

Como para cualquier otra cultura, la cerámica tuvo un papel importantísimo en la cultura íbera. Se desarrolló entre el S. VII A.n.e., hasta la llegada de la cerámica romana la llamada terra sigilatra, hacia el S. II d.n.e.
Resulta lógico si tenemos en cuenta que la cerámica era ya en esos momentos una técnica antigua y bien conocida, que permitía trabajar de manera fácil y económica una serie de objetos necesarios para el desarrollo de su economía y modo de vida. De cerámica eran muchos de los cacharros de cocina, que  se podían poner directamente al fuego. Y también los recipientes para almacenar las provisiones, tanto sólidas como líquidas.  Para traer el agua, envasar productos que se iba a exportar,  y como recipientes para acoger las cenizas de los difuntos. Abarcaba casi todos los aspectos de la vida, lo que explica la variedad de tipos, formas, calidades y acabados. 
 La cerámica casi es imperecedera, sus restos pueden aparecer inalterados a pesar de los años. No le ocurre lo mismo a la madera o a la piel. Parte de los utensilios de uso más cotidiano fueron construidos en madera, más barato y su duración era menor. Las pieles se utilizarían sobre todo para transportar líquidos. Pero la cerámica no tenía sólo un uso funcional. Su amplia difusión y el uso cotidiano facilitaba  su carácter transmisor de motivos decorativos, ideas religiosas e incluso propaganda personal.
Los iberos consiguieron realizar una cerámica que en algunos casos lograron alta calidad y estética. Para realizarla, procedían en primer lugar a decantar el barro en unas piletas. A continuación modelaban el barro a mano o mediante el torno, que los íberos conocen como herencia del periodo orientalizante, donde llegó a través de los fenicios. 
Una vez formado el vaso se le puede dar varios acabados: un simple alisado, eliminando de la superficie las irregularidades más manifiestas y tapar los poros. Podía consistir en un bruñido, un alisado pero con más esmero e instrumentos adecuados, que le conferían un aspecto brillante. Aunque no fue este el procedimiento más utilizado por los íberos, el más común fue la aplicación de un engobe, capa de arcilla más fina y depurada aplicada sobre la superficie del recipiente, bien con un pincel o bien por inmersión. Al tiempo que lo embellecía,  cubría los poros del cacharro. En la cerámica  sólo dejaban  los poros abiertos en los recipientes  destinados para exponer directamente al fuego. Los poros abiertos facilitaban la absorción de calor.
En ocasiones se podía aplicar a la superficie cerámica, estuviera engobada o no, un tratamiento de pintura, aunque en ocasiones encontramos el estampillado. Esto es la aplicación sobre la superficie del recipiente cuando aún estaba el barro fresco, de una matriz en relieve que dejaba una impronta en negativo sobre su superficie. Menos frecuente es la incisión o el acanalado.
La pintura es, sin embargola principal característica íbera. Se aplicaba antes de la cocción y para ello utilizaban pigmentos minerales, probablemente óxido de hierro, que le daban un tono castaño característico. Los motivos básicos eran geométricos y muy sencillos: líneas paralelas y perpendiculares, circunferencias y semicírculos, rombos, triángulos, etc., que es la más usada en  la zona de Jaén. En otro momento se incluyen motivos figurativos, primero de tipo vegetal y más adelante animales y humanos.
Para realizar esta decoración utilizaban instrumentos sencillos. Pinceles de distinto grosor y compás. Un hallazgo importante fue la introducción del compás múltiple. 
La cocción de la cerámica ibérica se realizaba en hornos bastante desarrollados, que permitían alcanzar temperaturas próximas a los 1.000 grados. Se conservan algunos restos de estos hornos, sobre todo de su parte inferior donde se encontraba la cámara que distribuía el calor, en tanto que la superior, donde se cocían los cacharros, han desaparecido casi por completo. Por los restos conservados, los hornos ibéricos estaban construidos casi en su totalidad de adobe. Este material, pese a su aparente fragilidad, se adaptaba francamente bien a esta función, ya que el calor del horno llegaba a cocer estos adobes que adquirían una consistencia y dureza extraordinarias. Usaban dos sistemas de coccion: por oxidacion o por atmosfera reductora (evitando la entrada de oxigeno).
No todos los hornos ibéricos eran idénticos, era posible distinguir varios tipos.
Pequeños y alargados, de tradición griega.  O  de mayores proporciones, de planta circular. Se conservan las toberas o agujeros que comunicaban ambas cámaras, superior e inferior, pero no se conserva nada de las cubiertas.Algunos restos bien conservados atestiguan el empleo de de una bóveda provisional hecha con barro y restos de cerámica. 
En líneas generales, puede clasificarse en cerámica de cocina, de transporte , de almacenamiento doméstico y de mesa. Aunque no siempre resulta facil distinguir un tipo de otro. Desde el punto de vista de calidad artística esta es nula en la cerámica de cocina, que suele ser basta y mal terminada, así como la de transporte o almacenamiento industrial. Quiza la de mayor interés fuera la de almacenamiento domestico y la de mesa. Son más pequeñas y pueden tener una decoración muy diversa. Esta cerámica ibérica es la de mayor calidad y mejor terminación. 

Ibéricos son también los kálathos, vasos cilíndricos con un borde vuelto al exterior. La cerámica íbera puede interpretarse desde varios puntos de vista, aunque queda claro que existen varias áreas culturales que presentan cierta homogeneidad. A grosso modo, podemos identificar tres grandes zonas: andaluza o meridional, el del sudeste y el levantino u oriental.

jueves, 14 de octubre de 2010

LA BATALLA DE BAECULA

Durante mucho tiempo se relacionó Baecula por Bailén, quizás por la similitud fonética.  Pero no se correspondía la descripción topográfica que daba de la batalla por los historiadores romanos Tito Livio y Polibio con la geografía del campo de batalla.  No fué en Bailén donde se enfrentaron cartagineses y romanos. Situado cerca de la actual localidad de Santo Tomé, el hallazgo del oppidum conocido como los Turruñuelos  situaba la ciudad de Baecula,  así como el cerro de las Albahacas, lugar donde se posicionó el ejercito de Asdrubal. La aparición de restos de una batalla, como proyectiles de honderos baleares, puntas de flechas cartaginesas o monedas permitieron afianzar y confirmar que la batalla se había desarrollado en este paraje. Un proyecto desarrollado por diez investigadores durante dos años llegó a ubicar los campamentos y el lugar donde se desarrollo la batalla.

En el año 208 a.n.e. durante la Segunda Guerra Púnica, tuvo lugar un enfrentamiento armado entre el general cartaginés Asdrubal Barca y el ejercito romano a las ordenes de Publio Cornelio Escipión el Africano. El ejercito de Asdrubal se encontraba en Baecula, junto al rio Betis pasando el invierno. Tras conocer la proximidad del ejercito de Escipión, decidió trasladar su ejercito, unos 25.000 hombres,  algo más al sur, sobre el alto de una meseta, que le daba una posición más fuerte, protegida por valles en los flancos y el río en el frente y la retaguardia. Además, la meseta estaba formada por dos escalones, y Asdrúbal colocó sus tropas ligeras en el inferior y a su campamento principal en la parte más alta.

Escipión, tras haber tomado Cartago Nova en 209 estaba dispuesto a acabar con el ejercito cartaginés que controlaba la Bética, con el objeto de asentarse en territorio hispano definitivamente. Contaba con unos 40.000 hombres a su mando. Fue sin duda una de las batallas más decisivas de la Segunda Guerra Púnica, la que abrió Hispania a la invasión romana.

Una de las batallas claves que decidieron la historia. Al igual que siglos mas tarde sucederia con la batalla de las Navas de Tolosa que abrio Al Andalus a Castilla o, esta vez si, la batalla de Bailen que supuso la primera gran derrota del ejercito de Napoleón. Grandes hazañas historicas en nuestra provincia de Jaén.