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martes, 16 de noviembre de 2010

UNA SOCIEDAD SOFISTICADA

En la antiguedad los iberos eran casi exclusivamente conocidos por su ferocidad en el combate y su caracter belicoso.  En su origen los íberos eran sociedades tribiales continuadoras de las de la Edad del Bronce. Su primer dato en la historia se remonta al siglo V a.c. como mercenarios que participaban en las guerras entre las grandes potencias del Mediterraneo.  Los cartagineses habían contactado con ellos a través de las colonias que fundaran al sur de la península Ibérica y utilizaron sus servicios durante sus campañas, así como los griegos los contratarían más tarde para sus guerras contra Sicilia, calificandolos de "bárbaros". Estrabón incluso los presenta prácticamente como bandidos, "que han recibido por naturaleza la cualidad de bribones y traidores, inclinados a asaltar y robar".
Y poco más nos cuentan esas primeras fuentes. Nada de su cultura, su arte, idioma, religión, sociedad...Por ello los primeros descubrimientos arqueológicos realizados desde finales del siglo XIX produjeron un gran desconcierto entre los arqueólogos e investigadores. La aparición de obras tan extraordinarias como la Dama de Elche, la de Baza y del Cerro de los Santos, la cerámica de Liria o Elche, no encajaba con la imagen de malhechores que habían difundido.
No entendían que los iberos fueran los creadores de obras que delataban una cultura sofisticada y compleja, no admitian que fueran los autores de piezas tan notables, por lo que pensaban que, por ejemplo, la Dama de Elche era obra de origen griego traída a la península por comerciantes. 
Hoy es sabido que a partir del siglo VI a.c. el contacto de los autóctonos íberos con los pueblos comerciantes del Mediterraneo, fenícios, cartagineses y griegos, desembocó en una civilización que daría origen a una cultura original y propia. Los diversos pueblos íberos forjaron y compartieron rasgos culturales determinados, diferenciados de otros grupos peninsulares como celtas y celtíberos. A modo de ejemplo, mantenían unas carácterísticas comunes, como la escritura, conservandose unos 2.000 documentos epigráficos distribuidos por toda el área íbera, distinguiendo dos signarios o alfabetos.
Sin embargo los íberos no formaban un grupo étnico homogéneo.En este sentido es dificil aceptar que la cultura íbera apareciera de forma uniforme en todo el territorio. De hecho cada uno de los pueblos que la integraban tenían distinta artesanía o religión, diferentes estilos.
La llegada de púnicos y griegos aceleró el proceso de diferenciación interna, favoreciento la aparición en los pueblos índígenas de autoridades centralizadas que garantizaban la producción de bienes (metales, cereales...) que interesaban a los colonos y su comercio. Los colonos a su vez ofrecían a las incipientes aristocrácias íberas toda clase de bienes de prestigio: armas, joyas, perfumes, tejidos, cerámica...como las cráteras áticas griegas tan valoradas. 
Así se desarrolló una aristocrácia que ejercía el poder político, que controlaba los recursos económicos y gozaba de un modo de vida a imitación de pueblos del Mediterraneo oriental. En la segunda mitad del siglo III a.c. en los territorios íberos meridionales esta diferencia era manifiesta, por los ajuares encontrados en tumbas principescas como la de Piquía en Arjona. 
En este proceso tuvo particular importancia el control del principal recurso económico de la sociedad íbera: los metales preciosos. Las ricas minas íberas se encontraban en el sur, destacando las galenas argentíferas de Cartagena y Cástulo. Esta riqueza junto al importante desarrollo que alcanzó la agricultura en otras zonas, condujo a la formación de auténticas monarquías, a menudo hereditarias. Surgen así los oppida, verdaderos núcleos urbanos sobre todo en la zona íbera meridional y especialmente en nuestra zona con los oppidum de Atalayuelas en Fuerte del Rey, Torreparedones en Baena, Ategua en Córdoba, Obulco en Porcuna, Puente Tablas en Jaen y Urgabo, en Arjona.

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