Parece ser, por los últimos análisis realizados, que los restos óseos quemados que aparecieron en el hueco lateral de esta imagen corresponden a una mujer adulta, joven de unos treinta años que vivió en la ciudad de Basti hace 2.400 años. Se trata de La Dama de Baza, una escultura en piedra caliza, cuidadosamente labrada y policromada, recubierta de estaño en la parte que reproduce las joyas para darle apariencia de plata. Quizás es el retrato de la propia difunta, representada en esta imagen sedente, en un trono alado y con garras de león, con función de urna cineraria, en la cavidad en el lateral derecho, donde se depositaron los huesos.
Con un atuendo entre dama aristocrática y diosa, viste tres finas túnicas, un manto le cubre la cabeza y cae a lo largo del cuerpo. Se adorna con una tiara, pendientes, gargantillas y collares. En los dedos lleva varios anillos. Sus pies calzan zapatillas rojas y descansan sobre un cojín. Es una escultura con elementos suntuarios y simbólicos, el caracter sacro de la persona allí enterrada es evidente. También en las esquinas aparecieron ánforas para realizar libaciones desde el exterior. El ajuar que se encontraba en su tumba no tenía copas para vino ni cráteras, ahora se entiende, al saber que los restos son de una mujer. No hay nada que relacionar con algún rito funerario masculino, excepto cuatro panoplias completas de guerrero ibérico y cuatro vasos cerámicos extraordinarios, polícromos, que destacan su caracter ritual funerario. No era un ajuar simple, la falcata demuestra el prestigio social de la alli enterrada.
En la misma necrópolis hay otra tumba, tamibén de pozo. Es donde se se enterró al principe de Basti. El ajuar era muy distinto, si tenía cráteras griegas, copas para el vino, un brasero de bronce, sus armas personales como guerrero, recipientes de cerámica para alimentos y los restos del carro que dignifica su caracter aristócrata, al igual que en la cámara del príncipe íbero de Arjona.
Eran las tumbas del poder real que habían gobernado el oppidum. En ellas se contenía todo el poder simbólico que les otorgaban sus familiares y clientes. Eran quienes habían sostenido la legitimidad de una estirpe, la tumba de la fundadora de un linaje, una reina o una sacerdotisa.
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