Los santuarios
ibéricos no son templos, como podría interpretarse literalmente. Más bien son
un tipo de construcción semejante a los «tesauroi» griegos, cuya finalidad
sería el almacenar durante un tiempo los exvotos que los fieles entregaban a
los dioses.
Posiblemente en
estos santuarios no habría un sacerdocio, con un orden establecido. Quizás para
su cuidado estarían unas personas encargadas de su mantenimiento, como “sacristanes”,
que mantendrían limpio el lugar y situarían los exvotos en los diferentes
lugares destinados a ese fin, como las grietas de las cuevas. Los fieles realizarían
sus peticiones ante los dioses directamente, sin intermediación de otras
personas
Los santuarios
ibéricos de Jaén, como el de Collado de los Jardines o Castellar de Santisteban,
se localizan en cuevas, junto a corrientes de agua o fuentes y en parajes
abruptos. La ubicación de un lugar sagrado no corresponde a la elección de
donde se sitúe la ciudad, si no que va en función de que el entorno natural sea
favorable principalmente a donde se manifieste lo sagrado. El agua tiene un importante papel, al mismo
tiempo eran curativas y mágicas. El que tres importantes santuarios íberos se
ubiquen en entornos similares, en cuevas y junto a fuentes, es una
reminiscencia de un periodo cultural anterior
El santuario de Castellar se data entre los siglos IV y III a.n.e. Ubicado en la cabecera del valle donde se
asienta Castulo, en un territorio de
gran importancia estratégica, conectado por el entorno y las cuencas hidráulicas
con el santuario de Despeñaperros, fue uno de los grandes centros de culto
íbero.
Se levanta sobre una cornisa rocosa, aprovechando cinco cuevas naturales,
con unas hornacinas entre ellas. Una de estas cuevas era el recinto del
santuario, propiamente dicho. Enfrente de esta cueva se situaba una explanada
artificial, que podría haber sido lugar de reunión de los fieles y donde se
resguardaban durante los ritos a sus divinidades, en las cuevas próximas. Era
un espacio escalonado, conformado por varias explanadas o terrazas unidas por
rampas o escaleras. La jerarquización quedaba remarcada de esta manera.
Entre la cueva principal y la explanada aparecieron la gran mayoría de los
exvotos y figuritas de barro, junto a otros objetos muy diversos: clavos,
falcatas, sortijas, escudos, etc. También algunas figuras de animales domésticos,
caballos o carneros. Los devotos más
pobres ofrecerían diversas piezas si no podían pagar por que les realizaran un
exvoto en bronce o en barro.
En la religión íbera no había sacrificios
ni ritos cruentos, si acaso alguna ofrenda de palomas. El exvoto era la propia
ofrenda, la propia representación del devoto ante la divinidad. Ninguna figura representa
a las deidades iberas. Para los iberos lo verdaderamente importante no era la
figura del dios local, si no la función que tenía. Los exvotos están muy
relacionados con esto, a veces se resaltan partes de la anatomía o representan
miembros, lo que hace posible conocer cual era la función del dios al que se le
dona la ofrenda. Era una creencia de
gran pragmatismo.
La religión sufrió
influencia de otras regiones mediterráneas,
similares ritos y cultos, pero no influyeron las divinidades de los
pueblos colonizadores, no se dieron casos de sincretismo en los santuarios, lo
que demuestra un gran conservadurismo en sus creencias.
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